Mes: diciembre 2019

ALTER EGO

ALTER EGO

Matías Cortés vive rodeado de pantallas. Son su vida. La pantalla del ordenador es su área de trabajo, su oficina. Es desarrollador de video juegos. Juegos de combate, su especialidad. Fue especialista francotirador en las GOE, Grupo de Operaciones Especiales del ejército de tierra. Ejército que abandonó pronto, no sin antes adquirir mucha experiencia en tiro a larga distancia. También le interesó poder llevar al cinto una HK USP Compacta 9mm Parabellum. La pistola la tiene en casa. El arma larga la tuvo que dejar.

Ahora juega y hace jugar a otros. En video. En línea.

            Otras pantallas en su vida son: la del televisor, a la que dedica al menos seis horas diarias, o algunas más cuando se hace una tele maratón de series. La pantalla del cine es su tercera casa. Acude todos los miércoles por la tarde a la primera sesión. Busca menor afluencia y mejor precio. El séptimo arte es su pasión. Las películas de guerra sus preferidas. Los thrillers su debilidad. Cada semana visiona al menos un film.

            Esta semana ha ido al cine todos los días desde el miércoles pasado y hoy, también miércoles, repite. La misma película: Joker. La misma cada día. El sábado la vio dos veces seguidas. Durante el segundo pase se dedicó a imitar la risa nerviosa que magistralmente modula Joaquin Phoenix. Le mandaron callar varias veces. No hizo caso hasta que vino un empleado de la multisala y le rogó que saliese. Ha seguido practicando en casa.

            La visiona siempre en versión original. No entiende el inglés, pero quiere imitar la risa del actor original, no la del doblador. Hoy compra dos entradas: una para la primera sesión de las cuatro y otra para la segunda, numerada, así no tendrá que hacer cola para coger un buen sitio. La verá dos veces.

            Se la sabe de memoria. Cuando se aproxima la escena de la escalinata —ese magistral momento en el que Joker baila mientras baja por las escaleras de una empinada calle de Gotham City—, Matías se levanta y se va hasta el extremo del pasillo central, atrás al fondo, justo debajo del ventanuco por el que la luz del proyector lanza imágenes hacia la pantalla. En cuanto comienza la escena, se transforma, y al ritmo de la música, imita el baile de Joaquin Phoenix y eufórico desciende poco a poco entre las filas de butacas. Lanza patadas al aire en ambas direcciones al igual que el actor. Extiende los brazos hacia arriba. Salta unos imaginarios escalones. Y ríe. Todo el tiempo. Durante toda la escena. Hasta que llega, entre broncas y silbidos, algo ahogados por la música de Gary Glitter, al final del pasillo central. Se coloca bajo la pantalla. Se inclina y saluda. Se gira y pulsa la barra que abre la puerta de emergencia por la que sale a la calle.

            Da la vuelta a la manzana y llega de nuevo a la puerta del cine. No hace la cola. Tiene la entrada para la segunda sesión en su móvil. Lo muestra al controlador, quien escanea el QR y le permite acceder a la sala. Lo ha visto varios días y sospecha de él, de que quizás tenga enfrente al impertinente que imita la risa del famoso actor. Lo mira fijamente como intentado transmitirle un sé quien eres. No tiene éxito. Matías está a su rollo: piensa únicamente en su nueva exhibición.

            Disfruta de la película otra vez. Se prepara para la escena cumbre. Le ha sobrevenido una erección. Se asombra. Nunca antes le había pasado sin recurrir a estímulos pornográficos. Se levanta y se sitúa bajo el proyector como hizo en la sesión anterior. Se palpa el riñón. Ahí está. Suena Rock & Rock Part II. Matías comienza a descender y a bailar al ritmo de la música. Alguien a su derecha lo abuchea. Saca su pistola y le dispara entre los ojos. Ahora apunta a la izquierda y descerraja otro tiro y otro y otro. Así hasta vaciar el cargador. Al menos morirán diez personas.

            Los espectadores de las filas más cercanas a la pantalla huyeron, al oír los primeros disparos, por la puerta de emergencia. El alter ego de Joker  tira la pistola a un lado y sale camuflado entre los que huyen de él. Imita a los que le rodean: grita y corre.

            Ya en la calle. A más de cien metros de la sala, se para ante un escaparate con todos los televisores encendidos, menos uno que le sirve de espejo involuntario.

El reflejo de la negra pantalla le devuelve su figura.

Tiene manchas de sangre sobre la camisa.

La risa de Joker se apodera de él.

©Andrés Gusó

Publicado por guso en Relatos
LA CITACIÓN

LA CITACIÓN

Lees y relees la citación. Es del Juzgado de Primera Instancia número cuatro de Badajoz. Nunca has estado en esa ciudad. Ni siquiera te detienes cuando vas de paso camino de Portugal. De Extremadura siempre prefieres ir a Cáceres y visitar la ciudad vieja, o a Mérida, y ver alguna representación, en verano, al aire libre, en su magnífico teatro romano. Ahí visteis Antígona de Sófocles, ¿te acuerdas? Con la Machi. Le comentaste a tu acompañante que, como siempre, estuvo magnífica. Te encanta el arte y los iconos románicos en particular. Eres una especialista reconocida en arte sacro. En principio, piensas que quizá te requieran para que hagas un peritaje de alguna obra sustraída u otra cosa relacionada con tu especialidad. Pero no.

Te han citado por un caso de homicidio. No, no te sorprendas. Léelo bien hasta el final, no te precipites, que siempre vas con prisas. Léelo despacio y comprenderás que el Juzgado no se ha equivocado contigo. Tú lo presenciaste. Incluso podríamos convenir que tuviste mucho que ver con la muerte y posterior desaparición del marido de tu hermana. De tu cuñado Ramón. Sí, de ese cabrón,  que anhelas que no descanse en paz, ni que Dios lo tenga en su gloria. Es más, esperas y deseas que Satanás lo haya cargado de cadenas y le haya asignado un puesto en sus calderas.

No te preocupes. Podrás argumentar que fue en defensa propia. Que tu hermana se defendió como pudo del violento ataque de Ramón. Que el muy puerco estaba fuera de sí, borracho como siempre, pegón como nunca. Incontrolable, desbocado como un caballo salvaje. Dando puñetazos y coces a tu hermana hasta hacerle perder el sentido, para luego ensañarse con ella y violarla sin oposición. Claro que ella también le dio bien antes, con el candelabro ese judío de los siete brazos que compró en Jerusalén. Lo primero que encontró a mano, con velas y todo. Ramón se llevó dos buenos golpetazos. No fueron suficientes para tumbarlo ¿verdad? Él se enfureció aún más, si cabe. Tanto que logró arrebatarle el candelabro y revertir la situación.

Seguramente te acordarás que cuando entraste en la habitación, Ramón estaba sobre ella, con los pantalones bajados, forzándola. Te estremeciste de asco y de rabia. Buscaste algo contundente con lo que golpear a tu cuñado. Algo con lo que detener aquella tropelía. Tu hermana se despertó a mitad de la violación, seguramente por la tremenda violencia desatada. Lo arañó, lo mordió en el brazo. Se defendió. Él resistió y continuó en su empeño hasta que tú, por fin, interviniste, ¿recuerdas? Con el candelabro ensangrentado que yacía a los pies de tu hermana tendida en el suelo. Lo recogiste, con calma —sabías que Ramón no se había percatado de tu presencia— y lo sujetaste con fuerza con ambas manos. Lo elevaste sobre tu cabeza y lo bajaste con decisión y precisión sobre la nuca de tu cuñado. Sonó como el crujido de un tronco ardiendo en la chimenea. Un crepitar. De vertebras. Ramón cesó en su deleznable empresa y cayó sobre un costado. Entre las dos conseguisteis quitárselo de encima a tu hermana. Le distéis la vuelta. Estaba grogui. Y entonces, tú sabes bien quién de las dos lo golpeó con aquel artilugio judío, una y otra vez, hasta desparramar la masa craneal sobre el suelo del salón.

Como Antígona y su hermana Ismene, vosotras también teníais que enterrar aquel cuerpo. No era vuestro hermano como en la obra, ni tampoco era tan noble vuestro gesto como el de la protagonista, pero aquel cadáver en la habitación era una prueba inculpatoria y diez años de cárcel para cada una, a menos que el jurado acepte legítima defensa y se reduzca a dos o a cero, incluso. Lo malo es que no llamasteis al 112. Ni a la policía. No existiría, en principio, la eximente de defensa propia.

Lo troceasteis en la cocina. Os llevó toda la noche y parte de la mañana del día siguiente. Tuviste que llamar al museo y mentir. Dijiste que estabas enferma. Con gripe.

Te has puesto nerviosa. Tú sabes bien el porqué. No sabes si van a por tu hermana o a por ti. O a por ambas. La citación es algo vaga, sólo especifica día, hora y lugar. Aunque menciona también homicidio, te recuerdo. Léelo bien.

Ahora rememoras, te vienen más detalles.

Disgregasteis el cuerpo en bolsas negras de la basura. Lo esparcisteis por la Sierra de San Pedro. Unas en contenedores. Otras enterradas. Otras lanzadas con lastre al embalse de La Peña del Águila.

Hace diez años de esto. Ya no te acordabas ¿verdad?

Aunque un asesinato siempre se recuerda.

Te cambia para toda la vida.

Cuesta mucho olvidarlo en el trastero de la mente.

Siempre regresa, siempre aparece.

Como siempre aparecen los cadáveres.

Aunque sea a trozos.

© Andrés Gusó 2020

Publicado por guso en Relatos